Utiliza la autora con excelente criterio, referencias fónicas en las que el sustantivo marca el resultado del verso de forma rigurosa y acorde con lo que trata de expresar. Hay, por otra parte, intensidad, misterio y un horizonte de expectativas que se desarrolla en cada página de Madeleine. Sus imágenes, con una importante carga emotiva, son detonadores semánticos que expanden la tensión y la inquietud a lo largo de todo el libro.
Se trata, en suma, de una obra donde el significado gobierna la forma. Una obra que dibuja una huella en la geografía de los sentidos, o que persigue, como señala Madeleine, «dejar un rastro de lo que fue mi viaje».
Luminoso viaje que ahora, lector, estás a punto de comenzar.
(fragmento del prólogo “El fulgor y sus espejos”)
José Antonio Conde
La poeta construye una nueva mitología y nos presenta una heroína cuyo mayor poder es el de participar de una identidad múltiple, una heroína «obscena, / indecorosa, / extravagante», a cuyo control quedan sometidos aquellos marineros que con ella se cruzan. El propio Ulises hubiese quedado atrapado de haber navegado por el Atlántico, en las aguas próximas al monte Saint-Michel o al cabo Saint-Mathieu.
Ella, la que acaba de llegar, la que siempre se marcha, nos atrapa en las páginas como una sirena de papel, mitad mujer «excéntrica, / mutante, / tentadora», mitad cuerpo de texto.
(fragmento de la Solapa)
Helena Santolaya