Abril es siempre el padre

Mariano Martínez

Abril es siempre el padre

PRÓLOGO

Abrir abril 

A lo mejor es la poesía el mejor sitio para morir. Lo mismo que amar es a lo mejor el mejor sitio para desaparecer. Si muere alguien que amas, entonces ¿qué?... La escritura poética, como la lectura, puede que sean solamente formas de escuchar deslizarse una ausencia por nuestra carne hasta volverla real. La culpa, o sencillamente la responsabilidad, recae en esa deuda innegable de la lírica con el pulso literal de lo que no está, de lo que no se tiene: de la verdad. Lo que no está se da por eso mismo. En otras palabras, vuelve real lo real. 

Lo que se pierde hace del mundo más mundo. En cierto modo, parece como si fuera la ausencia, o la muerte, nada más que una presencia por fin libre de cargas. En un libro titulado justamente La presencia pura, al hilo de una entrevista, cuando le preguntan «¿Qué sería la poesía?», responde Christian Bobin: «miras una nube y tiene la forma de un libro en el cielo y si hablas de esa nube como de un libro en el cielo, ya habrás ganado algo; estás muy cerca de lo real. (…) Es una dicha estar fuera del mundo. Los niños lo están de manera natural y las personas que sufren, a pesar de ellas, también lo están. (…) Podemos ver que el tejido de nuestros días se ha desgarrado, lo cual nos posibilita ver lo que hay detrás». Es el desgarro lo que ayuda a entrever. La poesía señala así la latencia de «otro lugar», de un espacio o tiempo otro, de un «lugar de aire» que, como sugiere Bobin, traspasa las presencias hacia un trasluz solo aparentemente secreto. 

En este sentido, la muerte, como la poesía, es un don. Desde su primera hasta su última línea lo sabe y lo comparte Abril es siempre el padre. Mariano Martínez entrega aquí un poemario gracias al que, como si nada, «vemos la vida breve en la pura mañana». Nos ayuda a entender por qué un cuerpo «es otro cuerpo» y el tiempo es tiempo precisamente en tanto se desplaza «en el sentido contrario / de la memoria». Si esto es así, de hecho, lo es porque los poemas espacian el tiempo, dan tiempo a quien no lo (re)tiene, y así encarnan dulcemente un «tiempo de olvido» que al tiempo es un olvido decisivo del tiempo (tal como la realidad lo acota). La versificación en hebras de letras, en fragmentos de momentos, hace de este libro de Mariano Martínez una labor de máxima atención dedicada a desentrañar el secreto sin secreto de cada instante, de la «trama del ahora». 

Los poemas que siguen entran dentro de lo que está fuera, de lo que la conciencia no alcanza ni alcanzará porque es cosa de temblor, de amor también. Es como la caricia de Abraham a Isaac, y es la mirada de Isaac a Abraham al final comprendiendo: comprendiendo el final. Cada verso cae de otro a la vez que entra en uno nuevo, como agua que gotea en el agua, de manera que nada se queda donde está: lo que está fuera pasa dentro, y lo que está dentro sale fuera a respirar su desconcierto, su pulso de desconocimiento. La muerte trabaja las palabras buscando que su sentido sea a la vez un pulso íntimo, velado, y una pulsión éxtima, compartida. 

Lo compartido interviene entonces desde cada poema como una veladura, como una re-velación. La caída, el oír, el silencio, el cuidado… actúan calladamente como metonimias de una casi-ausencia, de un éter que nos llevan siempre a ese lugar otro que se/nos sitúa en todo caso «demasiado lejos». 

Desde luego las páginas de Abril es siempre el padre son una interpelación, una convocatoria. Tal vez, y ante todo, una llamada a la necesidad libertaria de convocarnos, de reunirnos en torno al fuego del mundo que no está sino indicando la urgencia de otro mundo. El pasaje final de E. Malatesta confirma este punto y apuesta por dejarlo en el aire, ¿dónde mejor si no? El aire se convierte así en la única condición para querer «vivir en este suelo», como quería Jorge Manrique. La firmeza quebrada del suelo, por así decirlo, coincide de esta forma con el paso cambiante del cielo. Interrupciones, intermitencias aquí y allá, fisuras en la tierra del significado, de la sintaxis, ayudan a que se dé (ahora sí) la extinción de cualquier coraza, a que respire en paz la desaparición del miedo. 

Un capítulo de Inger Christensen se llama precisamente «Carta en abril». En un momento dado, se llega a leer ahí: «Hay tanto silencio aquí en el silencio. (…) Solo silencio, y la lluvia de antes, / que mi oído no consigue recordar bien, / destilada, datada / y falta de mundo». El empeño de Mariano Martínez, en fin, consiste en ayudarnos a saber no saber cuánto le debe el mundo a la «falta de mundo». Su horizonte tiene la forma de una línea improbable, inconclusa, trazada en brevedad. La poesía logra donar lo que nos abre. Dejar que nos abra abril: abrir el libro, este libro, hasta dejarlo libre, soltándose de nosotros, pájaro de mundo que aletea sin defensa, como abriéndonos de una vez las manos, solas, saludando con un temblor la intemperie del día, la edad del cielo. 


Antonio Méndez Rubio 



NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA 

Foto: Elena Álvarez

Mariano Martínez (Barcelona, 1976) es licenciado en Humanidades y Máster en Turismo Sostenible, y cursa actualmente un Máster en Alimentación y Sostenibilidad. Ha publicado los libros de poemas Interiores para el desarraigo (Rúbrica Editorial, 2005), Cuando el pan (La Isla de Sistolá, 2016) y El viaje del animal (Eola Ediciones, 2021), de manera individual. Piedra papel tijera (Rúbrica Editorial, 2008), Tripolar (Ediciones del 4 de agosto, 2013) y Radiaciones. Trazos de 17 poetas contemporáneos (Eclipsados, 2014), con Sopa de poetes, un colectivo que durante entre el 2005 y 2015, emitió un programa semanal que hizo muesca en el panorama poético nacional, con más de 250 programas emitidos y más de ochenta entrevistas, donde se afrontaba la poesía desde el suelo y con humor. Fundó la revista Depoètica y el grupo poético del mismo nombre durante los años noventa, y formó parte y dirigió las revistas culturales Ágora y Onada de Cultures. Ha participado y colaborado en diferentes festivales de poesía y publicaciones. Editor, periodista y agitador social y cultural, se dedica profesionalmente a la gestión, comunicación y dinamización de proyectos que fomentan la gastronomía y el agroecologismo como herramienta política de cambio y sostenibilidad.

POEMA


II 

La rama y el tendón 

como fronteras que alcanzar 

y no verte, 

dormido, floreciendo 

con el polen, tejiendo 

la fiera, descalzando el nido 

para las borrascas y la tierra 

que arde. 

Dos manzanas que morder, 

algunas uvas maduras en un manto profundo, 

hasta encontrar en el vientre 

tu propio destino.