Rave
Boris Rozas
Rave
Prólogo
Moscas frente a poetas, alas frente a palabras. Rave se disecciona a sí mismo en una radiografía que deja al aire hasta el mismo hueso en su visión de nuevas propuestas y actitudes poéticas, una sinfonía de rock y metal electrónico, de amor matemático y su desintegración lógica que el amanecer trata de reducir a cenizas con cada puesta de largo.
El plato no deja de girar, lo ha hecho toda la noche, pero ahora solo se escucha la aguja gastada golpeando de forma insistente, una y otra vez, el mismo viejo vinilo de «a Daft Punky Thrash».
Todo se repite, al desconectar nuestras baterías cargadas con el alba, las mismas ruinas de camino al trabajo con el primer café aun entre los dientes de la mañana, las mismas derrotas repetidas que se iluminan con cada nuevo «unplugged» de farolas; Rozas lo sabe y con la misma insistencia sus versos se rebelan contra un destino que parece ser innegociable.
La verdad es un delirio disfrazado de perfección sobre la cadena de montaje que da forma a nuestros sueños, si se rasca sobre las vetustas paredes de las ciudades solo se encontrarán nuevos cementerios construidos sobre viejas necrópolis. A la vida le sobran panteones habitados por suicidas ilustres, incluso le sobran todos sus soldados muertos.
Cuando Gilmour y Waters escribieron Wish you were here no deseaban, probablemente, el retorno de Syd, ni siquiera lo echaban de menos, en sus pesadillas menos lisérgicas solo suspiraban por volver a los tiempos del LSD, a la belleza innovadora de proyecciones de pintura y psicodélicas jam session retorcidas hasta la demencia, donde nuevos sonidos hacían bailar desenfrenadamente las maniqueas formas femeninas, suspendidas sobre las cornisas de su propia decadencia anticipada.
Con cada pliego de versos, con cada poemario cerrado, el autor de Rave evidencia su búsqueda, su necesidad y en este trabajo, al igual que Bangalter y Homem-Christo, lo hace bajo el metafórico metal de un casco envolviendo su identidad, borrando huellas dactilares, ajustado en la disimulada piel de unos finos guantes; no importa realmente quién es, sino lo que experimenta, lo que provoca en los demás y le hace transcender en su abandono, una vez más, de la caverna, en la eterna huida de la ignorancia en la que anda sumido este intenso poemario con el que Rozas vuelve a sorprendernos. Y para muestra, un botón (más bien la cremallera que ajusta a la perfección el talle de esta elegante cazadora de cuero negro que es Rave) en los últimos cinco versos del poemario, dedicados a Grace Coddington en El otoño según Anna Wintour y que cierran a modo de sentencia irrefutable este trabajo de Boris Rozas, incluso me atrevería a decir, una trayectoria.
Una última recomendación antes de comenzar a leer «La ceniza que nos resta»: seleccione su disco preferido, ya sea funky, rock, grunge, ya sea Morrison, Pink Floyd o Bowie y dispóngase, estimado lector de poesía, a disfrutar de la alta fidelidad de una partitura de versos escrita como es muy probable nunca haya «leído-escuchado» antes.
Fran Soto
Poeta y promotor cultural
NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
Foto: Autor
Boris Rozas, vallisoletano de Buenos Aires, poeta de amplia trayectoria con diecisiete poemarios publicados, entre ellos Ragtime (CELYA, 2012), Invertebrados (Premio Pilar Fdez. Labrador, 2014), Las mujeres que paseaban perros imaginarios (Premio Umbral, 2017), Annie Hall ya no vive aquí (Premio León Felipe, 2018) o Lugares a los que volver con el buen tiempo (Valparaíso, 2022). Ha recibido numerosos premios por su obra, destacando el Internacional de Fuente Vaqueros, León Felipe, Pilar Fernández Labrador, Francisco de Aldana o Gonzalo Rojas.
POEMA
LA CENIZA QUE NOS RESTA
Hoy un poeta es como una insignificante
mosca
en la pared.
Envuelto en el silencio eterno de sus alas
cámara en mano
se reencarna a diario
fotografiando instantes a plena luz del día,
como una presencia fantasmal
que se reduce a sí mismo
a la mínima expresión del folio
en blanco.
Le aguarda el frío de las distancias suspendidas,
la devastación de un calendario
con fotos antiguas de los hijos;
le aguarda la lluvia,
le aguarda la lluvia tras la pared blanca
como una corona de bocas
que se conjugan en una sola.
Le quedan la música y la geometría
de los besos
al caer la sal de la tarde,
como espasmos de tiempo
que traducen los acordes
de la ceniza
que nos resta.