De la nada nada viene

Vicente Pascual

De la nada nada viene

Cuando rondaba el medio siglo, Vicente Pascual Rodrigo regresó a casa. A la Zaragoza que le había visto convertirse en cronista visual de un tiempo de esperanzas, en cómplice de la rebeldía de la creación desde La Hermandad Pictórica, que formó con su hermano Ángel. En 1979, había decidido continuar su tránsito por el mundo: si antes había viajado por Oriente, determinó hallar solaz y otros atardeceres en Mallorca. Allí, durante una década, se convirtió en pintor del paisaje. Igual ‘dialogaba’ con Friedrich que con los maestros orientales, Hokusai y sus vistas del Monte Fuji incluido. Iba desarrollando sus sueños: islas a la deriva, colinas, paraísos, arboledas, marinas envueltas en trallazos de luz. Relámpagos de emoción que no omitían nunca el pensamiento, la meditación.

Una década después se trasladó a Estados Unidos y se encontró con los indios norteamericanos, con su cultura popular y su artesanía, y comenzó a abrazar la abstracción. En ese camino sin retorno, desembocó en el paisaje interior, en la geometría austera de color y forma, en la pintura entendida como delectación, trascendencia, manufactura y éxtasis. En 2003 volvió en busca de hogar: vivió una temporada en Tarazona, ante el Moncayo y la melodía del río Queiles, y sintió la llamada de la poesía. Le encantaba contemplar las crestas nevadas de las montañas, los senderos, soñar palabras precisas y austeras con imaginación de escritor que había leído con fruición a Rumí. La poesía entraba en su alma como el eco de un monte que expande alfabetos y sensaciones.

De ahí se trasladó a Albarracín, donde captó la leyenda del tiempo, la curva de ballesta del Guadalaviar y el misterio del yeso rojo. Estaba embrujado. Le atraía todo: el agua, el plenilunio, la piedra, los miradores, el silencio, la carga de misterio que envolvía los callejas umbrías, la gente que iba a venía de paso, la atmósfera medieval de la población. Le atraían hasta los pasos invisibles de Doña Blanca y su respiración de enamorada en la orilla de la corriente. Ya prisionero de una dolencia incurable, se instaló en Utebo, cerca de la torre mudéjar y del Ebro, el río de su vida, espejo y tumba, el río cambiante de su memoria. Continuó escribiendo poemas, continuó dibujando: así nacieron ‘las 100 Vistas del Monte Interior’, donde se aproximaba a los sufíes, a Miguel de Molinos, a San Juan de la Cruz y a Basho. Luego apareció ‘a la Vida, a la Muerte, a mi Bienamada’ (Cancioncillas y cancionejas), el desnudo integral de un hombre que se adentra en el túnel de la muerte, la cifra de un proyecto de un buen morir. El libro era como un testamento o una confesión totalizadora que lo incluye todo: la serenidad, la pasión por la vida, el miedo, la nostalgia de la existencia interrumpida y lo sagrado.

Vicente redondeó un último poemario: ‘De la nada nada viene’, que formalmente vuelve a ser un diálogo con el romancero y el cancionero. Arranca con el conde Arnaldos y su envolvente y secreto cantar. El poemario continúa la línea del anterior, aunque ya rezuma más sensualidad, una perfecta fusión entre palabra y naturaleza. Es un libro sobre el arrebato de la ausencia, sobre esa travesía hacia la incertidumbre. Los poemas son leves, como de Gil Vicente o de Lope; son graves, intensos, de una rabiosa sinceridad, que intentan expresar lo inefable con quietud e inquietud, con la energía de una aplastante luz interior.

‘De la nada nada viene’ es una forma de decir, con Ángel Guinda, “o siempre toda la luz viene del cielo”. A Ángel Guinda le dedicó Vicente Pascual Rodrigo el poemario: “Si alguna letra sé, es de él de quien viene”. La razón es lo suficientemente hermosa y justa.

Antón Castro

Biografía

Vicente Pascual, pintor español nacido en Zaragoza en 1955 y fallecido en Utebo (Zaragoza) en 2008, formó en 1972 La Hermandad Pictórica con Ángel Pascual Rodrigo, bajo esta denominación fue presentado su trabajo hasta 1989.

En 1975, tras una larga estancia en oriente, entró en contacto con los escritos de Frithjof Schuon, Seyyed Hossein Nasr y Ananda Coomaraswamy cuya perspectiva filosófica influyó de manera definitiva en su concepto de la práctica creativa. Su trabajo quedó así fuera de las corrientes más aceptadas al asumir planteamientos platónicos muy olvidados, o simplemente relegados, dentro de las pautas dominantes del pensamiento moderno.

En 1992, tras más de una década trabajando en Campanet, Mallorca, Vicente Pascual trasladó su estudio a los EE.UU -en Bloomington, Indiana, al comienzo y Washington D.C. después- donde su obra sufrió una severa transformación, abandonando la forma de paisaje reconocible que revestía sus pinturas para concentrarse en los ritmos geométricos constantes en la naturaleza, dando paso, a partir de 2000, a un trabajo en el que las formas quedaron reducidas a los mínimos fundamentales y el color a su expresión más austera. Ahora bien, este proceso fue sólo un cambio extrínseco, pues hacía mucho tiempo, décadas de hecho, que sus pinturas no trataban de ser reflejo de una percepción objetiva o subjetiva de las formas sensibles sino de las ideas que proporcionan coherencia a aquellas mismas formas. A mediados de 2003 retornó a España.

La obra de Pascual ha sido objeto de numerosas exposiciones individuales y está presente en museos y colecciones internacionales, tales como el Museu d'Art Modern i Contemporani de Palma, Indiana University Art Museum en Bloomington, Indiana; Inter-American Development Bank Art Collection en Washington, DC., CDAN Centro de Arte y Naturaleza, la Real Calcografía Nacional en Madrid o The Hispanic Society of America Museum en New York. La singularidad de su trayectoria ha dado lugar a una extensísima bibliografía.

En 2006 el Gobierno de Aragón, en colaboración con Olifante Ediciones de Poesía, publicó "Las 100 Vistas del Monte Interior / En Recuerdo de los Antiguos Locos" un trabajo que reúne cien pinturas y otros tantos poemas escritos por Vicente Pascual en homenaje a Katsushika Hokusai y a sus "Cien vistas del Monte Fuji".

En 2007, escribe "Los Doce Primeros Meses del Año", libro inédito que reúne doce poemas y doce pinturas originales.

En 2008, Olifante Ediciones de Poesía publica " A la Vida, a la Muerte y a mi Bienamada / Cancioncillas y cancionejas" un libro que reúne una treintena de poemas de Vicente Pascual.