Planeta piel
Inma Benítez
Planeta piel
Prólogo y solapa
Según Hesiodo, “Eros es el más bello de los Dioses Inmortales que, tanto a Dioses como a los mortales doma el corazón y la prudente voluntad”. Y si tenemos en cuenta que Eros surge del Caos y de Gea (La Tierra), no queda duda alguna de que en Planeta piel, el nuevo poemario de Inma Benítez, confluyen Eros, el Caos y La Tierra. Porque Planeta piel es la metáfora que da título a un mundo impregnado de erotismo dentro del crónico ordenado caos al que nos tiene acostumbrados la autora. Ya desde los versos iniciales del primer poema, escrito en alejandrinos monorrimos, podemos apreciar la carga erótica, a flor de piel (valga la reiteración), que nos vamos a encontrar en su interior.
Aquél que me desnude tendrá los dedos finos
y llegará en la noche, lo mismo que un bandido:
Muchos de los tópicos literarios sobre el amor, plasmados reiteradamente en diversas épocas y culturas, nos los encontramos en este planeta total cuya orografía está hecha de esa sensitiva piel por cuyo territorio Eros recorre sus deseos y escarceos amorosos. Eso sí, quedando bien claro que en esa dicotomía que tantas veces se establece entre amor y sexo, el deseo carnal se impone al amor, marcando claramente la difusa línea que, a veces, los separa. Por lo tanto, nada que ver con lo que sugiere el frecuente tópico del amor bonus, que incide en el carácter positivo del amor espiritual.
…
Te deseo
con toda la angustia del tiempo
que se va escapando.
con hambre y con rabia caninos
con todo mi ser.
Y sé
que no es amor.
Estamos ante una expresión más del clásico furor amoris, en el que el amor se expresa como una locura, casi como una enfermedad mental que consume a los amantes que la sufren y hace que sólo presten atención al deseo que sienten, sin usar la razón y donde la espera y la distancia se hacen insoportables, por la lejanía que imponen las pieles. En Planeta piel nos encontramos con todos estos sentimientos contradictorios que provoca el amor (placer, felicidad, angustia…), pero también dolor, con el clásico oxímoron vulnus amoris, esa “dulce herida” que queda tatuada, como un inevitable y necesario estigma, tras el militia amoris que recuerda los extremos momentos del placer vividos en el campo de batalla del tálamo o en cualquier otro de los lugares inadecuados, tal como sugiere Ángel González en “Inventario de lugares propicios al amor”.
Mío…
mío entero,
ardiente, sorprendente, descarado,
desmedido y atroz, sin miramientos,
volcado en mí, vaciándose conmigo,
clavándose en mi ser hasta absorberlo…
Y luego amanecer, aún dolorida
para seguir desayunando besos.
La piel es sin duda la protagonista de este particular Planeta que conforman los amantes. No hace falta recordar que somos descendientes de aquellos “primeros padres” expulsados del mesopotámico Paraíso terrenal, donde la desnudez no era pecado, en aquel mundo insulso, donde todo era lineal dentro de la más absoluta y alienante Perfección. Y La primera consecuencia del pecado de Adán y Eva que menciona el Génesis, es que "fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales." Es por lo que, a veces, esa piel requiere estar vestida para aumentar el deseo de los sentidos y, entonces, se impone la placentera morosidad de un lento striptease.
Dejar la ropa en el suelo ya es un síntoma
de todo lo que puede suceder...
………………………
y después el frufrú de los cordones de las botas
liberando los pies y dispersándose
al lado de la cama
…………………………
y el último elemento
que se desliza raudo,
elástico, inaudible
y ya, por fin
… la piel.
Pero los cuerpos tienen sus límites y en toda batalla amorosa la larga derrota es una consecuencia de la rauda victoria. Y, en el horizonte, además de la extenuación de los cuerpos, se cierne el peligro mental de convertir en rutina la aventura. De modo que, la razón regresa por momentos para poner un punto de cordura y no puede evitar la llamada a la “CONTENCIÓN”:
Es conveniente
a veces
(con el fin
de burlar al tedio de lo previsible
y evitar
que la llama se asfixie y languidezca)
contener el deseo.
“Contención” que es tan sólo una breve tregua, con la finalidad de rearmarse y regresar, con mayor fuerza si cabe, al anhelado campo de batalla. Y, como fondo y forma acostumbran a ir de la mano en la Literatura, en el último de los poemas que precede a tres prosas finales hay un cambio de versificación. Y, así, sobre una forma de versos trisílabos con puntos y aparte, que producen un ritmo extenuante, se inserta un fondo torrencial de acciones, regidas por la formas pronominales del “yo” el “tú” y el “nosotros”, pura visceralidad de pasiones desatadas en los cuerpos fundidos.
NOS
Te veo.
Me gustas.
Te giras.
Me acerco.
Charlamos.
Me hueles.
Te excito.
……….
Gritamos.
Me extingo.
Te apagas.
Me aflojas.
Te suelto.
Nos vamos.
Planeta piel se cierra con tres poemas en prosa que parecen buscar un tiempo de sosiego, pero que tan solo suponen un cambio de ritmo más reposado, pues encierran los mimos momentos de pasión obsesiva, poniendo punto final a la derrota amorosa, a la consabida manera del ave fénix que sabe que siempre resurgirá de sus cenizas:
…y el cuerpo se envaró hasta quebrarse casi antes de hacerse marioneta, y desplomarse inanimado, lánguido, vacío… una muñeca rota y agotada tras el juego que la miraba, satisfecha y pícara, desde la solitaria imagen del espejo.
Inma Benítez nos trae este poemario valiente, sin fisuras, de una clara unidad temática, no apto para pusilánimes, y abierto a quienes quieran recrearse en el puro placer, sin tabúes ni hipocresías.
José Javier Alfaro Calvo
Bibliografía
Foto: José Miguel Jiménez Arcos
Inma Benítez Sesma (Tudela, 1966)
Aunque las primeras rimas que conservo son de cuando tenía ocho años, suelo decir que escribo desde mi etapa embrionaria. No sé, había algo en el verso que me fascinaba: Machado, Bécquer... y antes, las comedias de Lope y los dramas de Calderón. Y esa extraña sensación de que las letras se me iban amontonando en el cerebro, formando palabras que bailaban con otras componiendo versos, que se unían entre sí para crear estrofas.
Nadie me enseñó. Escribía, y escribo, por necesidad. La misma que me llevó, con el paso de los años, hacia el teatro, la radio o cualquier actividad que tuviera que ver con las palabras. Escribo para nutrirme, para escucharme, para salvarme, para redimirme.
A veces incluso para no matar.